Retrato de Demelsa Cabeza, psicóloga clínica y escritora, en su espacio de trabajo.

Demelsa Cabeza

Psicóloga clínica y escritora

Demelsa Cabeza (Madrid, 1980) estudió psicología en la Universidad Complutense de Madrid y actualmente trabaja como psicóloga del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias.

Además de su interés por la comprensión del ser humano es una apasionada del aprendizaje constante y las técnicas de ayuda. Tras un profundo camino de desarrollo personal, haberse formado con grandes mentores y llevar más de 20 años de experiencia profesional en acompañamiento de casos reales, quiere continuar su propósito de ayudar a los demás, ofreciendo al lector la capacidad de conectar con el enorme potencial que reside en cada uno de nosotros.

Mi Historia

Licenciada en Psicología Clínica por la Universidad Complutense de Madrid en 2003 y con estudios en la Universidad François- Rabelais en Tours (Francia) llevo más de 20 años dedicándome a mi auténtica vocación, ayudar a los demás.

Desde muy joven colaboraba haciendo voluntariado y entendí el gran valor de tender una mano y arrimar el hombro a quien lo necesita. También en esa época descubrí lo que me entusiasmaba recibir y ofrecer formación a los demás, un camino que no dudé en tomar y es algo que sigo compaginando a día de hoy, incluso formo parte del prácticum de diversas Universidades para la formación de futuros psicólogos y psicólogas, siendo consciente de la importancia de preparar adecuadamente a profesionales que puedan contribuir a aliviar el pesar de los demás sintiendo pasión por lo que hacen.

Bajo una amplia trayectoria de participación en cursos, conferencias y jornadas, actualmente sigo trabajando como Psicóloga del Cuerpo Superior de Técnicos de Instituciones Penitenciarias. Es un ámbito que me apasiona. Desde siempre me ha movido entender cómo funciona el ser humano, y en eso me ha ayudado mucho mi gran capacidad de empatía, algo que me ha dado la oportunidad de experimentar la proximidad con personas necesitadas, con grandes carencias y marcadas por historias de vida que en muchos casos te desgarran el alma porque su realidad en muchos casos supera la ficción. El ámbito penitenciario me ha acercado a los traumas más severos y me ha abierto los ojos al sufrimiento de la forma más cercana, lo que no ha hecho más que rearmar mi forma de contribuir de la manera más útil y práctica dentro de la individualidad de cada ser humano.

He intervenido en cientos de casos reales. Me impulsa el conocer cómo encajar las piezas para que una persona evolucione y prospere porque soy una firme creyente de que todos podemos ser felices y vivir la mejor de nuestras experiencias. Así lo he comprobado, he visto personas reinventarse por completo, y para ello, la gestión mental y emocional son claves fundamentales junto con la toma de acción consciente, pero sin olvidar la positividad, la alegría e incluso la necesidad de practicar el sentido del humor.

Siempre me ha encantado leer, escribir y aprender, y sentía el deseo de poder llevar mis servicios más allá de los muros y la concertina de una prisión, por eso tomé la decisión de ofrecer a cualquier persona, a través de la divulgación oral y escrita, aquello que he comprobado que funciona, porque lo he visto, porque lo he vivido en mí y en las personas que ayudo.

Sí, también lo he vivido en mí.

Hace un par de años, atravesé uno de los momentos más duros de mi vida con un trastorno de ansiedad arrastrado, denso y del que no quería ser consciente. Para mí fue muy complicado reconocer lo que me estaba pasando y llegar a asumir que era yo misma quien me lo estaba provocando.

No comprendía de dónde venía mi angustia y me sentía injusta y sin derecho a encontrarme mal cuando yo lo tenía todo en comparación con muchas otras personas que para mí sí tenían problemas de verdad. Me sentía mal, pero vivía en modo automático, apartaba mis sentimientos y seguía con el día. Pensaba con descrédito hacia mí, me autolesionaba verbalmente pero cogía rutina y se disipaba. Así pasé mucho tiempo, demasiado, y en la mayoría de las ocasiones, el tiempo no cura el problema, lo acrecienta.

Cada vez me encontraba peor, con emociones y pensamientos muy negativos sobre mí. No comía, veía la comida y me sentía estomagada. No dormía, lloraba mucho sin saber la razón, estaba muy sensible, con mucho malestar. A veces no veía con nitidez y me limpiaba las gafas por si estaban sucias, pensaba que me habían aumentado las dioptrías. Andaba y me mareaba, vomitaba todo el rato a pesar de no haber comido, las náuseas eran horribles, ese dolor de estómago y el esfuerzo por querer sacar el vacío… Aún recuerdo el frío del suelo del baño cuando me apoyaba en la taza del váter. Perdí mucho peso, tenía taquicardias, no podía conducir, salir a tomar algo ni mantener una conversación, y mi cabeza era un continuo boicoteo. No paraba de sobrepensar, de rumiar, de hablarme mal, de tratarme fatal con mis pensamientos, de intentar entender qué me estaba pasando y me saboteaba con diagnósticos horribles. Nunca he sido aprensiva con la salud, de hecho, siempre he restado importancia a mis síntomas: «Esto no es nada», «es solo fiebre», «para esto no voy al médico», «ya se pasará»… Imagina cómo me sentía que llegué a hacer testamento.

Me costó muchísimo decir en voz alta lo que me ocurría. Las personas solemos autoengañarnos pensando que, si no lo verbalizamos, no es real, pero ya no podía más. Tenía ansiedad. («Bah, ansiedad, si eso no es nada, todo el mundo tiene ansiedad»). Tenía la impresión de que la gente de mi alrededor no me iba a entender, que dirían que menuda tontería y, además, que yo era psicóloga («pues menuda psicóloga», iban a pensar). Me daba vergüenza. Me sentía más presionada y juzgada por los demás y por mi propia dureza.

Por mi profesión he visto a gente con trastornos y crisis de ansiedad, ataques de pánico… Sé cómo afecta, cómo se somatiza y lo incapacitante que es, y obviamente todos tenemos ansiedad en muchos momentos de la vida: ante un examen importante, una entrevista de un trabajo deseado, ciertas pruebas médicas, una situación complicada, una primera cita…, pero no asumía que me pudiera estar rompiendo de esa manera y sin una circunstancia que lo desencadenara.

Hasta que dejé de engañarme y asumí que me lo estaba provocando yo.

La ansiedad es solo la punta del iceberg, lo que se ve. Debajo de la ansiedad de cada persona están sus creencias limitantes, su programación mental, patrones automáticos, miedos, bloqueos, vergüenza, exigencias, ego, rumiaciones, impulsividad, búsqueda de perfeccionismo, baja autoestima, temor al rechazo, inseguridad, autoengaño, herencias de los clanes familiares, impactos emocionales, priorizar a los demás antes que a uno mismo, ver cómo los favores se acaban convirtiendo en obligaciones, el qué dirán, el lenguaje dañino con el que nos hablamos y del que en muchos casos ni somos conscientes, el no saber decir que no…

En la punta del iceberg se muestra lo físico, los síntomas, la somatización de la ansiedad, lo que dejamos ver a los demás, pero su parte invisible es mucho más grande y profunda. Tan grande y profunda como nuestro ser, como nuestra alma, porque es ahí donde se encuentra la base que sujeta, y es ahí donde hay que intervenir para afrontar el malestar, para dejar atrás el sufrimiento, para superar las circunstancias adversas y salir reforzados. Pero la mayoría de las personas no miran ahí. Resulta mucho más fácil echarle la culpa al otro, a la situación, a la vida o a la mala suerte.

El desarrollo personal cuesta, nos puede provocar vértigo, incertidumbre e incluso miedo. No apetece abrir el cajón de mierda y poner el foco en lo nuestro, en cómo somos, en nuestras heridas. No dan ganas de enfrentarse a hechos que nos hicieron daño, a traumas, a experiencias que tenemos enterradas, ni a ser conscientes de quiénes somos en realidad. No es agradable asumir que algo no lo estamos haciendo bien, por eso es un trabajo de valientes, pero también de inteligentes, porque hacerlo supone nuestra mejora personal. Si algo he aprendido es que todo dolor tiene su parte de medicina y que en cada dificultad existe una oportunidad.

“Las respuestas no están fuera, sino dentro de ti”

Cuando empecé a mirarme dentro y volví a conectar con mi ser, dejé de autoengañarme y asumí que yo, realmente, no me quería y no me daba mi lugar. Esto no es fácil escribirlo, así que imagina reconocerlo públicamente, pero era así, mi alma estaba escondida y callada. Mi mente estaba llena de exigencias, creencias limitantes, desvalorizaciones, reproches y autolesiones verbales a diario. Vivía situaciones de estas en las que te desvelas a mitad de la noche, empiezas a pensar en lo que pasará mañana o dentro de un mes, aparecen preocupaciones del ayer e incluso se presenta todo un casting de problemas desde que tenías veinte años que vas repasando. O abrir los ojos nada más despertarte y que lo primero que te venga a la mente sean dificultades o lo poco que vales.

Cuando me di cuenta de que no podía seguir así, siguiendo el consejo de mi médico llamé al psicólogo. Lo hice sin pensar. Además, recuerdo que le dije esto mismo a mi pareja mientras me sonaba los mocos causados por el llanto: «Voy a llamar ya, porque como lo piense no lo hago». Madre mía, qué estereotipos tenía sobre mí misma, como si los psicólogos fuéramos superhéroes, pudiéramos con todo y no necesitáramos ayuda. Con el tiempo, comprendí que hasta el mejor cirujano necesita que otro compañero le opere de una simple apendicitis, y a día de hoy, no me fío de quien se dedica a ayudar a los demás si no se ha ayudado a sí mismo primero.

Me considero buena profesional, lo veo en la gente a la que ayudo y acompaño, en sus ojos, en sus palabras, en su agradecimiento. También lo sé porque siento mi energía al hacerlo, cómo vibro y el amor que desprendo al ayudar a los demás. Pero, desde que me hundí y salí a flote, he integrado en mi práctica personal y laboral aspectos increíbles que logran resultados mucho mejores. Gracias a la ayuda de la terapia y la inmersión formativa en el desarrollo personal y la ley de la atracción con psicólogos de renombre y grandes mentores, fui dejando de esconder mi alma de los miedos, reabrí una espiritualidad que llevaba años cerrada y volví a ser yo, incluso me siento una versión mejorada para mí misma y para los demás.

Hoy agradezco que me pasara todo eso porque fue el catalizador del cambio, el comienzo de un camino maravilloso que me ha llevado a una vida presente, plena y abundante. Mi alma ha vuelto a volar, con unas alas más grandes, fuertes y libres, y justo ha sido lo que me ha impulsado a estar aquí. A escribir, a divulgar, compartir y ofrecer a los demás lo que a mí me ayudó y lo que veo que hace mejorar a las personas con las que intervengo.

“La única manera de transformar nuestra realidad y despertar nuestro potencial interior es a través del desarrollo personal”

En 2025 ve la luz mi primer libro, Chucherías para el alma”, una de mis mayores alegrías profesionales porque me da la oportunidad de explicar de una manera fácil lo complejo: cómo funciona nuestra mente, la gran importancia de la gestión emocional, la clave de la toma de acción… apuntalando todo ello con los grandes beneficios de la ley de la atracción y ofreciendo ejercicios, técnicas y herramientas sencillas y útiles para transformar nuestra vida. A través de estas páginas quiero regalarte todo lo que me sirvió para conectar con la emocionante abundancia de la vida porque quiero que tú también descubras el gran poder que reside en ti y tengas una vida maravillosa, plena, llena de abundancia, alegría, paz, amor, felicidad y deseos cumplidos.

Este libro se complementa con un fantástico “Diario de Gratitud” elaborado cuidadosamente con diversos ejercicios y técnicas, porque las personas no somos recetas y quiero que encuentres lo que mejor se adapta a ti, asegurando que todas sus páginas se dirigen a impulsar tu felicidad.

Porque todos buscamos ser felices y dentro de cada uno está todo para serlo, solo hay que descubrirlo.

“Crea tus propias circunstancias favorables. Te lo mereces. Te mereces la mejor de las experiencias de vida.”